Un año más el mes de febrero va
llegando a su recta final y el día 28 se va tiñendo de verde y blanco para
miles de andaluces que lo marcamos como fecha simbólica en nuestro calendario
personal.
Desde las instituciones públicas
la celebración de este día sirve para el reconocimiento a personas u
organizaciones que trabajan o se dedican a ofrecer el mejor lado de nuestra
querida Andalucía; otros organismos siguen levantando su voz para reivindicar (lamentablemente cada vez menos) mejoras para
esta tierra nuestra que aún tiene mucho camino que andar. Otros, ciudadanos de a pie, simplemente lo
marcan como un día festivo más donde los niños no van al cole y los comercios
cierran.
Mi celebración en esta ocasión
quiero que vaya en forma de homenaje a tantas y tantas personas anónimas,
andaluzas o no, que hicieron de esta tierra su hogar, que sintieron a sus gentes
como familia y lucharon por limar desigualdades, ayudar al que más lo
necesitaban y sacar “dientes y uñas” a aquellos que quisieron aprovecharse de
la bondad de este rinconcito del sur de Europa. Una celebración sin grandes
decorados ni medallas en el pecho, una celebración desde las palabras y desde
la intimidad, una celebración que lleva a mi cabeza a recordar algunas de esas
personas que también pusieron su mejor granito de arena para una Andalucía
mejor. Vaya desde estas líneas mi más sincero reconocimiento a todas y cada una
de esas personas.
Y junto a la celebración, la
crítica.
Como andaluz me avergüenzo del
espolio, de la corrupción, del ultraje, de la injuria, del desprecio y el
insulto que cada día le hacen a nuestra tierra y, por ende, a todos los
andaluces. El menosprecio lo reciben esos jóvenes sobradamente preparados que
deben salir de nuestra tierra para encontrar un trabajo; esas personas dependientes que deben esperar
demasiado para conseguir una ayuda para que su vida sea un poquito más fácil;
esas familias que, sin otra opción, esperan unos pocos meses de trabajo en el
campo para poder subsistir; en el abandono a inmigrantes por no tener recursos;
en los desalojos de viviendas; en la falta de escuelas; en el colapso de
hospitales; en el olvido de nuestra cultura…
No me engaño, mi tierra es rica
en muchos aspectos. Andalucía es un gran escenario de ensueño para miles de
turistas que cada día nos visitan. Aquí tenemos grandes profesionales de la
medicina, la investigación, el cine y la literatura… Pero también demasiadas
carencias que nos impiden avanzar como deberíamos. No nos engañemos por falsos
eslóganes ni caigamos en el triunfalismo de estar por encima de todo.
Seamos andaluzas y andaluces
reales, de los que le duele su tierra y sus raíces, de los que sienten y viven
orgullosos pero críticos con ella, de esos en los que algún día se acordará
también alguien anónimo en un lugar entre el cielo y la tierra.
Juan Ruiz