Hace unos años, en la formación
para mi voluntariado en Latinoamérica, tuve la suerte de escuchar a Antonio
Rivas sobre nuestras zonas de confort. Él no hablaba de lo evidente como las
comodidades que muchos hemos vivido como normal (una vivienda, suministros,
comer a diario…), ni de aquellos principios que rigen cómo queremos orientar nuestra vida, sino que hablaba de esos mecanismos mentales que nos hacen
sentir seguros. Esas seguridades sobre la vida que nos hacen desarrollarla en torno a ellas.
Yo entonces me consideraba con
una mentalidad abierta, a prueba de cualquier prejuicio o idea preconcebida, y
cuando llegué a Ecuador me di cuenta de mi gran error. Estaba a miles de
kilómetros de mi casa, de mi familia y de mis costumbres, pero seguía instalada
en mi gran zona de confort. No puedo enumerar cuántas veces pude llegar a decir
o pensar “pues en España lo hacemos de otra forma y nos va bien”. Pasado el
tiempo acepté que lo mío no era lo mejor, que centenares de vidas caben en una sola
existencia, y que el mayor conocimiento que podía obtener de mis meses allí
sería mi capacidad para abandonar mi zona de confort. Tenía que soltar,
desprenderme, y dejarle espacio a lo nuevo, a una nueva mirada que haría que la
mía fuera más amplia de lo que lo era en ese momento.
En estos días que la pandemia lo
inunda todo, aquello que descubrí y aprendí se puso de nuevo entre las
cuerdas. Durante la misma he leído muchísimo sin apenas aprender nada, básicamente
porque hay miles de informaciones contradictorias (imagino que no he sabido
filtrar con cordura mis lecturas). El no
poder controlar la situación ha generado en mí bastante malestar, y he
comprobado cómo el miedo hace que nos aferremos a esas
cuestiones que nos hacen sentir a salvo.
El compartir la vida con alguien
cuya zona de confort dista mucho de la mía me ha ayudado resituarme a diario. He
ido aprendiendo, como ya hice en Ecuador, que mi incertidumbre no puede
instalarme en mi comodidad y que desde ahí el miedo me haga olvidar que, aún en
esta situación, sigo siendo una privilegiada. Y no se trata de huir de lo
cómodo, ni de fustigarse por haber tenido
oportunidades que otros no tienen, pero creo que ello no puede ser excusa para que
lo propio me haga olvidarme de lo ajeno, porque corres el riesgo de convertir tu miedo en egoismo.
Cuando nuestra base se desestabiliza
un poco es cuando realmente aparecen nuestras prioridades, y nuestra posición o postura en el
mundo que nos rodea.
Desconozco si de esta saldremos
de una u otra forma, no considero que mes y medio sea tiempo suficiente para cambiar lo que
hemos ido curtiendo durante toda nuestra existencia, pero sí creo que será
interesante seguir midiendo hasta dónde alcanza nuestra mirada para ver la
realidad tal cual es.