viernes, 2 de marzo de 2018

ESTAR SENSIBILIZADA








Durante años he pensado que poseía sensibilidad hacia aquellas cuestiones que afectaban a las personas que, por unos motivos u otros, estaban más desprotegidas (las personas inmigrantes, las que viven en la calle, los que están solos, y los que terminaban perdidos entre tanta burocracia y a los que nadie salía a buscar).

Y no es que ahora vaya a decir que de repente me he dado cuenta de que no tenía ni idea de lo que pasan todas esas personas y que la realidad me ha dado un buen bofetón; sería muy irrealista e incluso insultante para todos aquellos que han compartido sus vidas conmigo en todos estos años. Gracias por ello, por cierto. 

Pero en esta ocasión no es que me haya sensibilizado, sino que me ha dolido como duelen las cosas que tienen que ver con el amor de cogerse de la mano, de acompañarnos en el camino, de hacer solamente aquellas promesas que vayamos a cumplir. Del amor que te trae regaliz desde otro país porque sólo eso arregla cuánto extrañas a los tuyos.

Y cuando las cosas te duelen descubres por un lado que sigues teniendo mucha suerte por los que te quieren y te alivian, por viajar sin protocolos y leyes que impiden que seas feliz, por contar con dinero para hacerlo y porque siempre hay quien se ofrece a prestártelo.  Pero ahora también se lo que sé siente cuando esperas una carta y que llega una negativa; que alguien estampe un no es una hoja de papel y no se haga una idea cuantos planes se quedarán en un cajón.

 Esta semana me han dolido mucho más los no a cada reagrupación familiar de madres que llevan sin ver a sus hijos más de tres años, y las negativas ante la necesidad de tanta gente que pide que alguien lo saque de guerras, pobreza y miedo. He aprendido cuantos pasadizos oscuros hay en las leyes que no buscan justicia, pero que también hay muchos que ayudan para dar luz y saber que siempre habrá opciones.

Comprender que la vida va de otra cosa, que existen miles de situaciones y experiencias a las que ni me acerco y que me generan más cercanía de lo que cabría esperar. Que cuando piensas que te separa un océano es una denegación lo que impide que se cruce.

Que mañana es mi cumpleaños, y que había pedido otra cosa, pero saber, sentir y constatar que a pesar de 8.827 km también se puede compartir y celebrar la vida entre el cielo y la tierra, no es un mal regalo después de todo.

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